7.29.2010

Lucila D'Urso

Enamorada de las imágenes y estudiando Relaciones del Trabajo en la UBA, empecé a explorar foros, blogs y páginas que, en algún punto, se vinculaban con la fotografía y decidí que las fotos iban a ser mi espacio de felicidad. Entonces entre horarios de oficina y facultad me anoté en un curso en el Centro Cultural San Martín donde conocí a un profesor que me dijo que las fotos de papel no se usaban más, que haga digital. Yo no le creí. Un tiempo después llegué a la FADU (Facultad de Diseño y Urbanismo - UBA) y me encontré con un tipo que tenía los dedos negros de copiar fotos en su laboratorio: así conocí la sensación de ver cómo una imagen aparece de a poquito en un papel blanco y, sin conformarme con las horas del taller, gasté mi sueldo de oficina de ese mes en un laboratorio de felicidad que está acá en casa, entre libros de sociología laboral llenando todo de ese olor tan particular, tan lindo. En la FADU realicé dos cursos de fotografía analógica blanco y negro y en la primera mitad de este año me propuse descubrir de qué se trata la foto documental de la mano de un taller en la Facultad de Ciencias Sociales que me invitó a escribir, a dejar de ver para mirar y pensar en fotos. Después de cuatro o cinco años de salir a sacar muchas fotos, me di cuenta que me hacen tan feliz como mi bicicleta y la sensación del aire en la cara y que se puede hacer lo que nos gusta si le ponemos ganas. Con las ganas y la felicidad alcanza, lo demás viene solo.

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