A los 8 años recibí un extraño artefacto: mi tío me había inventado un juguete hecho con cajas de cartón pintadas de negro, a través del cual se podía ver todo patas para arriba. Dos años después la abuela me dio una camarita de fotos con forma de lata de gaseosa, y sin comprender muy bien qué relación podía haber entre ambos objetos, descubría la pequeña pu un amor que jamas volvería a abandonar, la fotografía. Más tarde -y más grande también- estudié la carrera de publicidad (digame licenciada...) y allí tuve mi primera formación en fotografía, entendiendo que en mi infancia había pasado largos ratos jugando con una verdadera cámara oscura sin saberlo. La materia no terminaba de llenar mi inmensa curiosidad, de modo que me anoté en un curso básico donde además de usar por primera vez una reflex analógica, sumé una segunda pasión impregnada de olor a químicos y luces rojas: el laboratorio. Entre tanto - y a la par- también me ví afectada por una completa adicción al collage, sigo sin poder hojear una revista sin dejarla llena de agujeros, además de contar con plasticola y tijeras en mi cartera. También muchas veces uso objetos que junto de la calle, basurera de alma y reciclista de corazón. Hoy pasaron un par de años desde que me recibí, y si bien trabajo con imagenes a diario debido a mi profesión, sentí tal vez la necesidad de darle un marco más completo y académico a este gusto por la fotografía, razón por la cual este año comencé la carrera de fotógrafo profesional en ENFO, la Escuela Nacional de Fotografía. Lo último descubierto: no solo mueve mi espiritu el gusto por las fotos, sino más aún el hecho de compartirlo con otra gente. Y entonces aquí estamos!
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